Peregrino.
A veces no me reconozco,
ni la figura rota del espejo
o la letra de la niña de seis años
que temia dejar la puerta abierta a los conocidos,
esos conocidos en quienes
no se confia y se teme,
a veces no me reconozco
ni mi voz diciendo: no puedo
contestar por el momento
y me dejo un mensaje
que en voz muy baja dice:
hablame para recordar nuestra voz.
Y también olvido los besos,
y mi propio cuerpo abrazado
al tuyo, en una sabana de ilusiones
que nos cubre cuando no sale el sol,
ni mis manos recorriendo esa espalda
que -aunque no sea yo la que la toca-
siempre reconozco.
A veces no me reconozco
y es mejor así, porque vivir conmigo
sería el infierno y la podredumbre.